martes, 10 de marzo de 2015

Miedo

Desde que volví, muchas personas me han preguntado por Nicaragua, que qué tal me fue, que si me gustó, que si hacía mucho calor... Hace poco una, después de una de mis primeras respuestas vagas, me preguntó si había sido muy duro. Respondí alguna tontería, pero lo cierto es que sí.

Suelo decir que bueno, que no es para tanto, que total, entre los países de la zona es de los más tranquilitos. Pero luego recuerdo a Y. y esa mirada llena de miedo. Y se me hace un nudo en la garganta y recuerdo perfectamente porqué continuamente tenía ganas de volver a mi Barcelona. Ese miedo era insoportable (y sí, en otros lugares seguro que es mucho peor).

Creo que uno de los mayores privilegios con los que vivo es solo sentir ese miedo a sufrir violencia física extrema de manera puntual. He convivido con otros miedos toda mi vida, pero este es mucho peor. Viviendo en Barcelona, "solo" lo he sentido algunas noches volviendo a casa, o esa única ocasión en la que me atracaron, y quizá en algunas otras ocasiones. Pero no es algo constante. Ni es tan social. Algo de lo que se habla continuamente.

Los periódicos son básicamente sucesos. Los mismos taxistas te hablan de cómo en otros taxis te atracarían. Las conversaciones de la gente a menudo incluyen explicaciones de las cosas que pueden pasarte y de la prudencia que deberías tener. De una u otra manera, es difícil dejar de pensar en ello. En Barcelona tenemos una falsa sensación de seguridad (salvo en momentos en que hay alguna noticia que causa cierta alarma), en Managua la sensación es la opuesta. Y se nota en toda la ciudad, empezando por su construcción, con sus condominios y sus mansiones con guardas.

Cuando volví estaba eufórica, me duró días. Pero luego el miedo volvió. Miedo a finalmente conseguir que haya una revolución, que tenga éxito, y que lo que venga después sea peor en muchos sentidos.

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