jueves, 22 de enero de 2015

Ansiedad social

Ayer la bombona de gas se terminó. El sistema que tenemos en casa no consiste en tener varias bombonas de repuesto y cambiarlas por nuevas cuando es conveniente, sino que solo hay una bombona y cuando se termina hay que llamar (por teléfono) para que traigan otra. La parte buena es que el servicio es muy rápido, en menos de media hora tienes una bombona llena. Pero para mí tiene una dificultad muy seria: la necesidad de llamar.

Luego por la tarde el plan era quedar en un bar con otras personas. Personas a las que yo no conocía, pero que mi hermana quería presentarme. En principio, parecía que ella vendría a buscarnos (a mí y a mis sobrinos) para ir hasta allí, pero luego vio que no le daba tiempo, así que contactó con un taxista para que nos viniera a buscar. Es decir, hizo buena parte del trabajo más difícil para mí, contactó con estas personas y concertó la cita (varias llamadas para ello), y llamó también al taxista para que viniera. Y aun así, una parte de mí temblaba pensando que yo no sería capaz de hacer la parte restante, subir al taxi con mis sobrinos e ir hasta allí. Simplemente porque era ir a ver personas desconocidas en un país desconocido, subiendo en un taxi con un taxista que seguramente esperaría de mí que le acabara de dar indicaciones sobre la dirección y con quien (¡horror!) se supone que yo debía negociar el precio antes de salir. Esto último no llegué a hacerlo, pero por lo menos llegamos donde teníamos que llegar y hablé con quien tenía que hablar.

Ansiedad social. Ayer fue un día muy tenso. Como lo han sido muchos desde que llegué. Estamos en una casa que parece que estuvo vacía bastante tiempo, y aunque en general está bien, le van saliendo cosillas que hay que reparar. Y me toca buena parte de la función de supervisión. Cuando tengo a la gente físicamente delante lo llevo bastante bien. Salvo los momentos en que intentan ligar conmigo, que no sé cómo reaccionar, pero tampoco son todos. Podría ser mucho peor. Lo que llevo peor es que la gente que viene a arreglar cosas a menudo es gente que no sabe donde está la casa, y aquí las direcciones no son fáciles de dar. Desde el lugar X (conocido por todo el mundo en esta ciudad), 4 cuadras al este, luego una al norte, verá que hay el lugar Y, y de ahí, 3 casas a la izquierda, hasta que vea un portón metálico rojo. A lo que te preguntan, pero entonces, ¿está al lado del lugar Z, delante de la casa de la señora W? Y claro, no basta dar la dirección una vez. Suelen llamar justo antes de llegar para acabar de pedir indicaciones. Llamar, sí, por teléfono. La mayoría de gente no suele entenderlo, pero para mí, solo el sonido del teléfono ya me pone en alerta, como si fuera el aviso de un terrible peligro. Aunque Nicaragua tiene algunas ventajas en esto, aquí la costumbre de hablar con completos desconocidos es tan común que la gente no se pone nerviosa al hacerlo, hablan con naturalidad (signifique lo que signifique eso), y eso facilita que pueda disimular un poco mejor mis nervios, porque no tengo la sensación de que me estén estudiando con tanta atención como en Barcelona.

Después de 29 años (casi 30) luchando contra la ansiedad social, puedo decir que no es algo que yo haya elegido. Si de repente, por arte de magia, pudiera hacer que "se me pasara", por supuesto lo elegiría, y llamaría por teléfono felizmente, y conocería a toda esa gente interesante a la que siempre he querido conocer, y ligaría un montón. Pero especialmente, si me encontrara con una persona con ansiedad social no le pediría que lo supere. Como si fuera una elección de esa persona. Tampoco la forzaría a llamar por teléfono con argumentos como, "yo ya he llamado muchas veces, ahora te toca a ti" (como si fuera lo mismo para ambas). Si estando en una reunión social, viera que está entrando en pánico, tendría paciencia con ella, trataría de escuchar qué es lo que cree que más le conviene en ese momento, y no la juzgaría ni la miraría como a un bicho raro, no le dedicaría mi cara de "¿qué está mal contigo?". Si viera que no liga, no asumiría directamente que es una monja o que el sexo no le interesa, como si el deseo fuera lo único que importa. Intentaría ser clara con mis intenciones, intentaría decir con palabras qué es lo que espero de nuestra relación, intentaría poner en palabras las normas no escritas. O por lo menos, haría eso, si esa persona me indicara que su ansiedad social tiene orígenes parecidos a la que tiene la mía ahora. Y por supuesto, intentaría valorizarla como merece, tanto dentro de mi cabeza, como en mis actos al relacionarme con ella.

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